Encontré
la Eternidad en el Norte de España, en la que denominan popularmente
la villa de las tres mentiras, Santillana de Mar. Sí, la que
no es ni Santa, ni llana ni tiene Mar, pero sí poseedora una gran Verdad
que, acordándome de Alejandro Casona, no es otra que la rotundidad
de su belleza. Ante tal sobredosis de ésta, padeceríamos
sin duda el síndrome de Stendhal si la parte cuántica
no controlara el hemisferio biológico de mi ser. Camuflado a
los ojos legos en los sutiles y enmadejados hilos del Arte, la Colegiata
exhibe en algún capitel románico de su claustro un símbolo
muy particular. Se trata de un entrelazado diseño geométrico
que insinúa la Eternidad en su devenir cíclico e hipnotizante.
Asimismo, las hojas de acanto y los albatros también han representado
tradicionalmente la Eternidad. ¿Decepción? ¿Alguien
esperaba algo más que una representación de "la cosa"?
¿Alguien concebía a un desdentado vendedor de mercadillo
medieval vendiéndola al peso, cual concepto tangible y
¡comestible!?
"Me pone un cucurucho XXL de Eternidad y dos pequeños para
los churumbeles". Yo, por mi parte, me doy crema hidratante en
mi piel artificial, chequeo mi hard-soft a diario para retrasar de modo
infinitesimal la desintegración total. ¡Uy! Creo que la
confundí con su hermanita pequeña y biológica que
es la inmortalidad.
La Eternidad
es otra cosa. Un consuelo de tonto ante mi incapacidad de definirla
es tener la certeza que nadie pudo/puede/podrá hacerlo. Algo
finito-la mente humana, un ordenador cuántico-no puede si quiera
atisbar remotamente nada ni parecido a algo infinito, el tiempo infinito.
Por eso el Señor Infinito y
¡más allá!
que menta el "gran filósofo" Buzz Lightyear se regodea
con hilaridad de nuestras disquisiciones, mientras que la Señora
Eternidad es su huésped. ¿O es al revés? ¿Es
el espacio infinito el que vive en el tiempo infinito? "Pasa, ponte
cómodo. Disculpa el desorden (entropía) ¿Qué
quieres tomar?"
De esto
el irrepetible Hawking sabía un rato, supongo que más
que el resto de TODOS juntos. El celebérrimo científico,
condenado a ser su propia estatua todavía en vida, viajó
con su mente a las cuatro esquinas de este cosmos, "liliputizándonos"
todavía más al recordarnos que nuestra casa celestial
es nada más que una entre n más. A pesar de estas teorías,
que nos reducían casi a la nada más absoluta al cotejarnos
con el todo, consagró su vida a balizar la Eternidad y el infinito,
acotándolos con conos naranjas con bandas fluorescentes que tomó
del Big-bang. Según su definición, desde un prisma físico-cuántico,
el tiempo y el espacio son hijos de aquella extraordinaria y primigenia
explosión, por lo que antes no existían, ni dichas entidades,
ni por lo tanto nada de nada. Ni siquiera los impuestos indirectos.
Perdonen mi ambición al pretender trascender más allá
de esa concepción científica la idea de Eternidad. Creo
que me entenderán al hurgar en el concepto, y jamás contradiciendo
heréticamente al magistral físico británico, al
aventurar
¿Cuántos big-bangs (y ulteriores big-crunch,
implosiones cosmogónicas) existieron antes que el que originó
nuestra casita, este universo? ¿Cuántos existirán
después? Es lo que tiene la Eternidad.
Aparcando
temporalmente el prisma científico (¿es ello posible?),
les propongo un sencillo, filosófico y lúdico ejercicio:
Cerremos los ojos y que nuestra mente finita vuele hasta la Eternidad
infinita. ¿Qué habrá allí? Umm, nada más
llegar divisamos a lo lejos una pléyade de faraones que emergen
de sus pirámides,-que ya se desintegraron cuando soplo el tiempo,-y
se dirigen hacia este reducto imposible. Algunos llevan en sus anulares
sortijas de oro encastadas con escarabajos de zafiro, como ansiosos
de unir la representación con lo representado. Otros, bajo sus
túnicas adornadas con brillante púrpura y desde sus lampiñas
y sagradas testas, exhortan en un susurro al binomio Amón-Ra,
como anticipándoles que pronto se codearían con ellos.
Y a la Eternidad llegan también en procesión todos los filósofos
y sabios griegos que se la ganaron motu proprio con sus plumas
definitivas, con sus nombres tallados en la piedra hasta el fin de los
tiempos
¡exactamente donde/cuando se dirigían! Umm,
esto nos hace reflexionar: En verdad también vemos que se acercan
todos los hombres y mujeres que existieron, que al margen de sus méritos,
al margen de su comportamiento y deontología terrena, todos se
ganaron su pasaporte por el mero hecho de existir. Cuando lleguen esperarán
a los otros, a que se cansen de su material existencia. Desde esa atalaya
que nos concede nuestra imaginación abrimos las puertas también
a todos los seres-inteligentes o no-que alguna vez existieron en cualquier
punto del universo, de cualquier universo. ¿Por qué discriminarlos?
Para terminar de dibujar el mapa demográfico de la Eternidad
filosófica no podemos obviar quienes siempre estuvieron allí:
Los dioses. Y, en verdad, hablo en plural ante la duda, no que todos
los de la humanidad fueran Uno, sino ante la posibilidad que en la Eternidad
también converjan los de todos los universos posibles y que éstos,
por diferencias irreconciliables en sus concepciones, precisaran de
distintas deidades de muy diferente naturaleza. Bien, parece que ya
estamos todos. ¿Quién se queda fuera, entonces? Los que
viven, nada más.
En el film de Harold Ramis "Atrapado en el tiempo"
(1992) Bill Murray padece su trocito de Eternidad en un día que
se repite sinfín. En el cine y en la literatura de CF la gente
va y viene por los senderos de la Eternidad, viaja en el tiempo, como
Pedro por su casa, como cuando uno coge un taxi para ir al centro. Se
me olvidó preguntar a Asimov que había en "El fin
de la Eternidad". Cachis. ¿Lo sabrá ahora
mejor que cuando escribió la novela? Algo de lo que el fue vagará
por toda la Eternidad por los siglos de los siglos hasta que un día,
a las 18:37 hora Universal se encontrará una puerta roja y una
luz de emergencia encima. Y con este párrafo pretendo reírme
de mí mismo, ante la absurda empresa de escribir sobre lo inabarcable,
sobre lo incognoscible. Todo el artículo, admitámoslo,
es un chascarrillo, a veces desnudo, a veces con una pátina de
verosimilitud. No se me enfaden los que tratan de desbrozar analíticamente
cualquier aspecto de la realidad, pero pienso que este artículo
es metáfora de lo que implica tal fútil intento. La realidad
se fractaliza, se desglosa en partes más pequeñas indefinidamente
pero con similares características, o se puede abordar desde
infinitos puntos de vista, por lo que escribir sobre ella debe ser ejercicio
microscópico. Poner nuestra lupa de aumento en un mísero
aspecto de la realidad, con un concretísimo enfoque, al escribir
sobre ella, es patente cuando uno pretende hincarle el diente a algo
como la Eternidad. ¿Han visto como me justifico ante mi primer
artículo? Bueno, sean indulgentes, que prometo hacerlo mejor
la próxima vez.
Ya termino con una reflexión y con una cita, que considero una
perla, una joyita. Los seres humanos han digerido, metabolizado, mucho
mejor el concepto de mortalidad gracias al más extraordinario
de los mecanismos biológicos; el maravilloso artificio les proporciona
una promesa de eternidad y, potencialmente, de felicidad. Decía Bertrand Russell que
"para ser feliz uno debe sentir que
forma parte de ese río de la vida, desde la primera célula
hasta el remoto y desconocido futuro". Las verdades son tales las
pronuncie un premio Nóbel o un dibujo animado: "Mira Simba,
ahí está tú padre"-le espeta un simpático
marsupial al que algún día será el "Rey León",
mientras éste contempla su reflejo en una charca. Y luego añade: "Él vive en ti". Al margen de creencias de que exista
algo después, la certeza de dejar algo de nosotros en el mundo
nos reconforta. Nuestro alter ego se nos presenta como una reencarnación
de nuestro yo, todavía en vida, con vocación de perpetuar
y evidencia un cambio de concepto: colectividad frente a individualidad,
nosotros frente al yo desnudo, plural frente a singular. Parece, como
al principio del artículo, que he vuelto a confundir inmortalidad
con Eternidad y en este caso no es así: Que el material genético
de un individuo perdure durante milenios (dicen que uno de cada doscientos
hombres vivos es descendiente de Gengis Kan) nada tiene que ver con
la Eternidad científica, cosmogónica, pero si con nuestra
subjetiva percepción de lo que significa ésta.
Muchas
cosas se han dicho de la Eternidad, todas imprecisas, muchas bellas.
Me quedo con esta que reduce eones a fracciones infinitesimales, que
transforma Eternidades
relativas en insignificantes briznas de quarks en los océanos
del tiempo:
Aproximación
al concepto de Eternidad:
"Si
una vez cada mil años, una golondrina pasara acariciando con
sus alas
la superficie de una esfera de hierro del tamaño de la Tierra,
en el momento que por la erosión infinitesimal la esfera hubiera
desaparecido por completo
habría transcurrido el primer segundo de la Eternidad."
J.P.
Gortázar, teólogo. |